Eduardo Antuña pertenece a esa genial estirpe de actores secundarios españoles de pico y pala. Esos cómicos, como los llamaba Fernando Fernán Gómez en «El extraño viaje», cuyos nombres no siempre son recordados pero que son capaces de robar la escena al protagonista. Actores como Cassen, Pepe Isbert, Rafaela Aparicio o Mª Luisa Ponte. Eduardo Antuña permanecerá siempre en nuestra memoria por el entrañable papel de Charly en «La Comunidad» de Alex de la Iglesia pero también dejó huella en el público interpretando a Santiago del Valle, el asesino de la niña Mari Luz, y, cambiando completamente de registro, al mánager de Jorge Sanz en ‘Qué fue de Jorge Sanz’.
Aunque en un principio estaba destinado a seguir la tradición familiar en las minas de Asturias, Eduardo supo dar un giro y hacer de su vis cómica y naturalidad ante la cámara su modo de vida.
P: Nació y creció en Tuilla. ¿Se refleja ese origen minero en sus personajes?
R: Más que en mis personajes, diría que en mi propia forma de ser. Mi padre tenía mucho sentido del humor y yo soy como él. Pero es verdad que tu origen te imprime carácter. La Cuenca Minera en los 80 y 90 era una zona revolucionaria y eso se nota.
P: ¿En su familia se dedicaban a la mina?
R: Mi padre trabajaba en las minas de Hunosa en el exterior y todos mis familiares trabajan dentro. A mí nunca me gustó. Yo tenía desde siempre ese gusanillo de ser actor. Actuaba con un grupo de teatro amateur que había por el pueblo. Cuando salíamos por ahí yo siempre era el amigo bufón. Era un poco payaso, pero nunca pensaba tomarme esto de una forma profesional. También he visto morirse a compañeros. Tenía un amigo cuya máxima ilusión era entrar en la mina. Y cuando entró, a los 15 días se mató. Ni llegó a cobrar la primera paga.
P: Quizá estaban más acostumbrados a convivir con la tragedia…
R: Sí. La vida se vivía muy rápido. Precisamente por eso. En los 80 la gente salía, bebía… En la mina se cobraba el día 10 –no el día 1-, y el día 15 ya no tenían un duro. Sobre todo los jóvenes, porque podías meterte en un agujero y no volver a salir. Cuando salíamos de copas la mina era monotema: cuánto piqué, cuánto carbón eché… Yo que no era de eso siempre les decía que hablaran de otras cosas.
P: ¿Lo de ser actor lo tenía claro desde pequeño?
R: No. Eso no me lo planteé hasta que fui adolescente. Yo de pequeño quería ser maquinista. Por el pueblo pasaba el FEVE de vía estrecha, estaba la estación al lado y me llamaban la atención las máquinas de vapor. Un día me montó mi padre en una de ellas y toqué la bocina con una palanca y eso se me quedó grabado.
P: ¿Y cómo inicia el contacto con la interpretación?
R: Empecé en 8º de EGB. Era algo amateur, pero después de la mili me apunté a un curso del INEM en Oviedo (¡que hasta te pagaban!) y de ahí me llamó la compañía de teatro Margen, que eran profesionales. Empecé a trabajar con ellos y veía que me desenvolvía y que estaba a la altura de los compañeros. Entonces dije, “encima de pasarlo bien y de divertirme, cobro ¡Pues me voy a dedicar a esto!”.
P: ¿Cómo se planta en Madrid?
R: Con una mano delante y otra detrás. No tenía ningún contacto. Allí veía más posibilidades: cine, televisión… y di el salto en el 85. Cogí mi currículum con las fotos y fui tocando puertas de productoras.
P: Con el paso de los años se ha consolidado como un gran actor secundario.
R: Mi finalidad era vivir bien de la profesión. La fama es como una pelota de ping-pong, pega el bote y luego baja. Y cuando te consolidas hay épocas en las que de repente no trabajas. Y además, me doy cuenta de que somos muchos. Esta profesión es una carrera de fondo: hay que llegar, consolidarse y luego mantenerse.
P: En la vida real, cuando se apagan los focos, ¿Eduardo Antuña es igual que en sus películas?
R: Soy muy diferente. También tengo mi carácter, mi genio. Me cabreo… (risas). Sí tengo la vis cómica, pero también me encantaría hacer papeles dramáticos o serios. Aunque por ejemplo en el `Caso Mari Luz’ hice de Santiago del Valle, lo que fue todo un reto para mí.
P: ¿Con cuál de todos los personajes que ha interpretado se identificaría más?
R: Ufff… (risas). Quizá Toribio Zamora de la película ‘Mamá es boba’, aunque fuese muy ingenuo. Pero era buena gente, feliz con poca cosa. No aspiraba más que a su mujer y su hijo.