©Curro Medina
Juan Diego apenas necesita presentación. Reconocido por la crítica y el público es uno de los actores con más prestigio de este país.
Aunque para muchos es conocido por interpretar al señorito Iván en ‘Los Santos Inocentes’, Diego ha desarrollado una carrera de lo más versátil.
Sus trabajos en televisión, ‘Los Hombres de Paco’ y ‘Padre Coraje’, le han valido para disfrutar del cariño del público.
Cuando a uno le llueven los reconocimientos puede permitirse decir lo que le da la gana. Eso es lo que hace Juan Diego. Inmerso en la versión teatral de ‘La gata sobre el tejado de Zinc’, se mete en el papel del viejo Pollitt y nos da una versión bestia y desgarrada de la familia.
P: Como ya lo has hecho todo, vas y te atreves con una nueva versión teatral de una de las obras más célebres de Tennessee Williams
R: Pues sí. Lo que nos plantea la obra son conflictos de toda la vida, que surgen curiosamente en celebraciones agradables. La actitud tanto de la directora de esto como la mía como actor era la de ir a fondo con lo que desarrolló Tennessee. Un padre machista, bestia, que hace chistes continuamente sobre su mujer, el cura, los niños… esto genera unas situaciones muy potentes. Mi personaje tiene la suerte de tener una edad determinada y por eso tiene la libertad de decir todas las imbecilidades que se le ocurran. Esto aporta mucha ironía y mucha broma.
P: Entramados familiares, disputas por herencias, dudas de pareja e infidelidades… ¿cuánto de realidad hay aquí?
R: La tragedia que cuenta la obra es una tragedia cotidiana. La gente quiere sacar la mayor tajada de su tarta y quedarse con lo mejor. Lo mío es lo mío más lo tuyo. Es de lo más normal en la vida.
P: ¿De puertas para adentro el entramado familiar es más complejo de lo que tratamos de aparentar hacia fuera?
R: Hombre, claro. Todos sabemos que la familia es una maravillosa fuente de neurosis y frustraciones (risas). Está el ‘ay, qué bueno es mi niño’, ‘ay, cuánto te amo cariño’… pero la verdad es que hay muy pocos momentos en las familias en los que podamos ser plenos, porque siempre hay rencillas, siempre hay miradas, siempre… no sé. Yo creo que es una condición animal. No digo que sea una verdad absoluta ni que ocurra en todos los casos. Pero diría que es el grupo. Cuando aparecen los intereses empieza la desintegración.
Juan Diego en una palabra (o casi)
Una obra de teatro: La Vida
Un actor: Miles, para que salga el mejor del mundo
Una ciudad: Bormujos, mi pueblo
Un éxito: Cuando te da vergüenza lo que has hecho
El fracaso: Estar en la espuma de la ola toda tu vida
El escenario: Mi habitación
La política: Una mierda
La salud: Tan obligada como la ilusión
La mentira: Una triste constante en nuestro día a día
La fama: Cuando te dan una mesa en un restaurante porque te han conocido en una serie de televisión pero no tienen ni idea de lo que has hecho ni en el teatro ni en ninguna película
P: ¿Qué recuerdo te queda del entorno familiar en el que creciste?
R: A mí ninguno… En el pueblo las cosas son distintas porque yo estaba siempre en la calle. Entre estudiar y jugar, que era lo que más me gustaba, no tenía otras preocupaciones y tampoco había muchísimas tierras que repartir como le pasaba al patriarca, mi personaje en la obra. ¿Sabes también lo que ocurre? Que al ser el mayor de la familia, eso incide. En Catalunya por ejemplo es el ‘Hereu’, el heredero por línea directa.
Imagino yo que por el hecho de haber nacido un poquito más tarde y de ser igual de bueno que el mayor, da que pensar que esta ley es un poco injusta, ¿no? O por ejemplo esa frase de ‘comerás huevos cuando seas padre’ y todas esas cosas… Tennessee Williams en ‘La gata sobre el tejado de zinc’ hace una parábola de lo que ocurre en una familia, pero no todas las familias son así evidentemente. Lo lleva muy al límite y por eso me pongo así, porque qué mejor manera de ver cómo somos si no es a través del espejo del teatro.
P: ¿Crees que hoy en día se sigue respetando la figura del abuelo, del patriarca de la familia?
R: En mi obra el patriarca es autoritario, porque tiene el poder y cuando se tiene el poder, se tiene la sartén por el mango y se hace lo que a uno le da la gana. Lo complicado es cuando los padres cometen el error de decir ‘os quiero mucho, hijos, a mí me dais una pensioncita y yo os lo doy todo’. Creo que el respeto está en la medida en que haya amor y agradecimiento y no dinero. Si tu padre y tu madre fueron contigo todo lo personas que se puede ser, no hay ningún derecho del padre o de la madre sobre qué hacer con los hijos. No les pueden exigir ‘tú vas a hacer esto, tú vas a dejar de hacer lo otro’. Yo creo que a partir de un momento determinado al ser humano hay que encaminarlo en la búsqueda de su propia libertad y de su mundo. No se le puede obligar a ser abogado e ingeniero, aunque afortunadamente eso ya da igual. Ahora solo importa que el hijo estudie y ver a ver si salva de caer en el arroyo de la hipoteca (risas).
P: ¿Te asusta la muerte?
R: Morirse es una cosa muy sencilla, tan sencilla como nacer, o incluso más fácil, porque en el nacimiento la madre sufre físicamente. Pero cuando te vas, a veces no hay nadie, puedes morirte en una esquina o quizá siendo muy querido. Pero en cualquier caso, en el momento de la muerte estás tan solo como cuando naciste.